El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, celebra mítines a lo largo y ancho de su país. Encanta a las masas hasta perder la voz ya que no ahorra esfuerzos para asegurar su triunfo -mañana- en el escrutinio más importante de su vida.

Nueve meses después de desbaratar un intento de golpe de Estado, el mandatario, de 63 años, se lo juega todo en un referéndum constitucional que podría permitirle reforzar sus poderes.

Para sus partidarios, la reforma es necesaria para garantizar la estabilidad en la cúpula del Estado, pero sus detractores denuncian un texto redactado a su medida. Erdogan, según Europa, camina hacia una deriva cada vez más autoritaria.

Con unos sondeos que presagian un resultado ajustado, Erdogan recorrió el país en las últimas semanas para garantizar apoyos. Como consecuencia de ese ritmo agotador varios mítines fueron anulados por estar afónico.

En los encuentros con sus partidarios, Erdogan despliega más que nunca sus cualidades de orador, en disertaciones salpicadas de poesía nacionalista y extractos del Corán, midiendo los silencios para que sus palabras calaran en los presentes.

“Erdogan es un imán, en el sentido de que es capaz de galvanizar a las masas, de hacerlas llorar, de hacerlas temer”, subraya Samim Akgonul, profesor en la universidad de Estrasburgo. “Su verbo impresiona”.

Si generalmente Erdogan es descrito en Occidente como un sultán imposible de destronar, el exceso de esfuerzos desplegado en esta campaña muestra, según Aydin Aydintasbas, del Consejo Europeo de Relaciones Internacionales, sus cimientos no son tan firmes.  

“Erdogan tiene que seguir ganando elecciones para permanecer en el poder y hace campaña permanente”, explica la investigadora.

Desde la llegada al poder en 2002 de su partido AKP, el mandatario se enfrentó a una decena de procesos electorales y los ha ganado todos. Pero este referéndum llega tras el peor año de su carrera, por la cantidad de atentados. (I)