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El Telégrafo

El mal olor de un sistema moribundo

25 de mayo de 2011

“Lo que ocurre en las calles de España no guarda relación con lo que deciden las urnas”, repiten los titulares de los diarios. Un funcionario del Decano de la Prensa Nacional decía el lunes que “la izquierda protesta y la derecha triunfa” en las elecciones municipales y autonómicas celebradas el domingo anterior. Lo cierto es que el Partido Popular (PP), hoy  el gran beneficiario, mira con profunda satisfacción al Partido Socialista Obrero Español (PSOE),  único y gran damnificado de la catástrofe. 

Entender políticamente a este gran país, cuyo pasado y presente nos unen, no es fácil: con la muerte de Francisco Franco (1975) al rey Juan Carlos le tocó impulsar el proceso de desmantelamiento del régimen heredado, y pasar de la transición a la legalización de los partidos Socialista y Comunista, y de ahí a las elecciones para proclamar la primera Constitución en democracia. Lo demás está marcado por  un  péndulo que toca a los gobiernos de derecha y de izquierda. ¿Hay algo ignorado en este pueblo frágilmente unido? ¿Alguien nos podrá explicar la dinámica de  las movilizaciones ciudadanas  en más de un centenar de ciudades? ¿Existen razones lógicas por las que se autoconvocaron los jóvenes con suma facilidad? Todo indica que el voto, en esta ocasión, estuvo desligado de una propuesta programática y dirigido contra un adversario responsable de la incontrolable tasa de desempleo y de generar falsas  expectativas entre jóvenes convencidos de su orfandad en la sociedad y de no estar legítimamente representados por los partidos. Por ello prefirieron sufragar tapándose -literalmente- la nariz, ante las emanaciones de un sistema en descomposición trasladado a las ánforas. Los manifestantes, que hasta ayer se mantenían firmes y veían que la protesta era imitada en países con similares problemas, amenazaron con retirar los escasos fondos confiados a una banca en problemas. La desconfianza y el miedo a las cúpulas políticas que deciden sobre lo que se debe hacer o no para administrar la situación, esconden al   fantasma de la desestabilización, que espera pacientemente el final de la euforia triunfalista para ver quién puede desactivar esa bomba de tiempo instalada en Europa.

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