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LEOPOLDO MARÍA PANERO visitó ecuador en la fil de guayaquil en 2010

“La lengua es un sistema de la muerte”

“La lengua es un sistema de la muerte”
07 de marzo de 2014 - 00:00 - Redacción Cultura


“Por lo que un hombre acaba de mendigo, de borracho o de monstruo, es por la luz. Y la luz no es nuestra”.

Leopoldo María Panero escribía desde el subconsciente, construyó una poesía transgresora y auténtica, como muy pocas en la escritura contemporánea. Por sus últimos años, recorridos entre uno y otro psiquiátrico, pero sin parar de transitar por el hecho poético, fue calificado de poeta maldito pero tal vez, como ya lo sentenció en las páginas del suplemento cultural Cartón Piedra, Fernando Escobar Páez, “su poesía está dentro del terreno de la literatura fantástica, pese al fuerte contenido autobiográfico de muchos de sus textos”.

“Y la muerte nos llama desde el poema como su única posible realidad.

Malraux dijo: <>. Nosotros diremos: solo la muerte transforma el poema en poema”.

En la madrugada del miércoles, los médicos de la unidad psiquiátrica ubicada en Las Palmas de Gran Canaria, en la que Panero vivió sus últimos 20 años, comunicaron a la casa editorial de sus recientes publicaciones, Huerga Fierro, la muerte del poeta por un fallo multiorgánico en horas de la madrugada del Miércoles de Ceniza.

“Amigo Leopoldo María Panero siempre has sido un extraordinario poeta, fiel y amigo de tus amigos. Allí donde estés que sepas que te echaremos de menos”, escribieron los miembros de la editorial en su cuenta de Facebook, con lo cual se confirmó la noticia.

Fui una culebra deslizándose por la ruina del hombre, gritando aforismos en pie sobre los muertos, atravesando mares de carne desconocida con mis logaritmos.

Nació en Madrid, el 16 de junio de 1948 en una familia de tradición artística. Su padre, además de alcohólico, tenía el oficio de poeta, Juan Luis Panero, y su madre, la escritora Felicidad Blanc, que entre sus antecedentes genéticos tiene una hermana esquizofrénica. Sus hermanos fueron el poeta Juan Luis Panero y el escritor ‘Michi’ Panero. Este contexto es el antecedente para que el Panero de los últimos tiempos empezara a escribir poemas desde los cinco años hasta la locura.

En 1968 se estableció en Barcelona e inicia la escritura de Así se fundó Carnaby Street, se enamoró de la poeta con quien coinciden los días de su muerte, Ana María Moix, quien nunca le correspondería, y por esa fecha ingresa por primera vez al psiquiátrico.

Su poesía debuta en 1970 con una publicación del crítico literario José María Castellet, quien lo incluyó en una antología llamada Nueve novísimos poetas españoles. Los integrantes de esta obra tenían en común haber nacido después de la guerra, por lo que desvinculados del conflicto dejaron de lado esta temática para hacer de la poesía su centro.

Panero reconoció sobre su obra que “corre el riesgo de carecer de sentido y no sería nada sin ese riesgo (...) en su conjunto pone y atraviesa el límite que la funda, la amenaza y la culmina”.

Alrededor de su esquizofrenia, condenándolo a permanecer interno desde finales de la década del 70, se tejen un montón de rumores. Su biógrafo recordaba que Leopoldo María Panero no dejó nunca de publicar sus poemarios, que tenía tarjeta de crédito, que sabía utilizar a los admiradores que se le acercaban y negociar con sus psiquiatras.

De los que fueron parte de su generación, Leopoldo María Panero supo vivir al límite y distinguirse con su poesía, alimentarse de los desafectos y la enfermedad.

Panero pasó sus últimos 20 años en un psiquiátrico de Las Palmas de Gran Canaria.

Su muerte coincide con la de la poetisa Ana María Moix, a quien amó sin ser correspondido.
Su compañero de antología, Félix de Azúa, ha dicho a diario El País, sobre su muerte, que “fue el más abismal de su generación. Cumple con todos los requisitos del poeta tal y como lo definió el romanticismo, que es el último momento reconocible de la poesía como actividad social significativa. Durante años estuvo recluido en un manicomio, lo que le evitó el patetismo del viejo poeta arruinado física e intelectualmente, manejado como un títere por políticos lectores. Su obra primera creo que será de las pocas cosas realmente poéticas del siglo XX español que duren algo más de diez años”.

Panero supo afilarse en su propio mundo, desentenderse de lo esencial para muchos, para aferrarse a lo imprescindible en el mito de un poeta. Y a pesar de las palabras de su colega Jesús Ferrero en las que confiesa el imaginario que existe del poeta que por sobrevivir tantos excesos -15 coca colas diarias y un humo de cigarro interminable- se lo pintaba de inmortal, pero Panero murió a los 65 años. En su vida de tropiezos y conflictos concebía la muerte como único significante, porque “la lengua es un sistema de la muerte”, decía.

“Yo temblaba
no era un sueño
y fueron muriendo todos los soldados
de la guardia del rey
y mi corazón seguía temblando”.

A pesar de sus delirios y la transición ininterrumpida con la realidad y su ficción, Panero no dejó de hacer fluir momentos de lucidez.

En su visita a Ecuador, como en otras zonas de la escena mediática, sus palabras y esa figura del hombre salido del psiquiátrico pasaron a ser parte del espectáculo, asistido por el morbo de quienes no han recorrido su poesía.

Pero esas escenas en las que se esperaba que diga lo que nadie más decía pasan a lo memorable como su concepto de revolución, en la que “Más que cambiar el mundo, como decía (Carl) Marx, hay que cambiar la vida, como decía (Arthur) Rimbaud. Hay que ir a una micropolítica de situación (...) Hay que cambiar la manera de percibir el mundo”.

Estas se suman a las palabras que en la memoria colectiva no dejan morir al poeta.

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