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El Telégrafo
Alicia Galárraga

Serás la última

18 de octubre de 2020 - 00:00

"Miro a mi madre: bajita, enjuta, cansada y con la mirada triste. Ha soportado cincuenta y un años de matrimonio porque “divorciarme a estas alturas de la vida, ¿para qué? mi marido ya está viejo. Si no tomé esa decisión cuando éramos jóvenes, ¿por qué voy a hacerlo ahora que debo cuidar de él”. Nótese el uso de la palabra ‘debo’ como una obligación, ¿impuesta por quién? he ahí la gran interrogante que ella no se atreve a contestar porque desbarata su falacia.

Mi padre no la agrede físicamente. Sin embargo, mi madre es violentada continuamente y no es consciente de ello: mientras se esmera en atenderlo y complacerlo en las pequeñeces de la cotidianidad, él responde de forma indiferente, molesta y hasta con burlas y gritos. Mi madre, siguiendo el mismo patrón destructivo que la ha llevado a vivir así tantos años, minimiza su comportamiento y hasta lo justifica: “así nos hacemos los viejos y hay que ser pacientes”.

Hace pocos días, en medio de esta pandemia y el obligado confinamiento, mi padre salió a pasear con su amigo jubilado. Como era su costumbre antes de esta coyuntura, se marchó en la mañana y volvió en la noche. Mi madre me pidió que no lo dejara entrar porque ponía en peligro a todos en la casa. Así lo hice y él, a su regreso, como niño malcriado sacudía la puerta furioso. Al cabo de unas horas, ella lo hizo ingresar y sin tomar ninguna medida de bioseguridad, lo sentó en la mesa y le sirvió la merienda. Él, sin salir del patrón eterno, recibió sus cuidados  con altanería y soberbia.

A mí me urge abordar el tema con mi madre: me desagrada que me haga tomar un lugar que no me corresponde ya que ella debió impedir la entrada de mi padre a casa; no yo. Sin embargo, usando su estrategia para no enfrentar los problemas, me habla del número de contagios por covid-19 en las últimas horas.

En muchas ocasiones le he sugerido que tome terapia pero es en vano: ella forma parte de una generación que, en su mayoría, normaliza el maltrato y la falta de afecto. Yo la miro con compasión y me digo para mis adentros que no deseo repetir su historia. "Ella será la última mujer de la familia que viva para complacer a su verdugo. Me lo prometo".

 

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