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El Telégrafo
Sybel Martínez

La separación conyugal y los hijos

04 de octubre de 2019 - 00:00

La separación o divorcio de una pareja es sin duda una crisis cuyo resultado suele definir una realidad familiar probablemente más compleja, aunque no por ello necesariamente más perjudicial.

La ruptura genera dolor en todos los miembros de la familia, y afecta especialmente a los hijos, cuando los hay. Por buenos que sean los términos en los que se lleve a cabo el final de un matrimonio, la separación conyugal siempre tendrá repercusiones importantes para ellos.

Como lo menciona Judith Wallerstein en su libro El inesperado legado del divorcio, la separación o divorcio en sí no es lo que destruye a los hijos, son las reacciones de sus padres las que no permiten que los niños se recuperen.

Del mismo modo que existen diferentes formas de entablar una relación de pareja, también hay estilos diferentes de abordar una separación. Lo cierto es que la pareja no se inventa una nueva relación durante la ruptura o tras de ella. La interrelación durante esta etapa es la misma que se mantenía en la relación afectiva, pero adaptada a esta nueva situación.

Dicho esto, bien se podría predecir cómo encaminarán, ciertas parejas, su separación, donde el juzgado sustituirá al hogar o donde acuerdos más civilizados se acercarán a este.

Esta misma autora en su libro ¿Y qué con los niños?, dice que los efectos del divorcio o separación en ellos, a largo plazo, tienen que ver con lo que ocurre a través del tiempo, tanto en la familia producto del divorcio, como en nuestras nuevas relaciones de pareja.

Los hijos de padres separados pueden crecer sanos y felices si los padres sabemos qué hacer y qué evitar. Por lo que desacreditar a la o el “ex”, así como forzar a los hijos a participar en conflictos que no son suyos, es un gran error.

En un país donde los divorcios se han incrementado en más del 200% en 20 años, viene bien recordar que si para muchos de nosotros el divorcio es una oportunidad para rehacer nuestra vida, para los hijos significa, en palabras de Ángela Marulanda, “perder la única oportunidad de crecer al lado de las dos personas que más aman y necesitan”. (O)

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