Acaba de cumplirse una década del tristemente recordado 30-S. Todavía no ha aflorado toda la verdad de aquel día, pero queda la sensación de que todo pudo evitarse si Rafael Correa hubiese manejado la situación como estadista y demócrata, pero eso era pedir peras al olmo, pues su estilo despótico encendió la chispa en medio de una revuelta policial, y todo solamente empeoró… hasta que ocurrió el “rescate”. Esa tarde se instaló un cerco informativo oficial -cadena nacional de televisión y radio por más de 7 horas-; para justificar la brutal reacción posterior, medios gubernamentales y públicos coordinados por la SECOM impusieron la versión manipulada de los hechos: golpe de Estado, secuestro y magnicidio, repetían incesantemente.
En casa sentimos el peligro, vivimos a solo 400 metros en línea recta del Hospital de la Policía; numerosos disparos rompían el silencio, el ruido de las detonaciones llegaba con el viento para instalarse en el espacio doméstico, con temor nos pusimos a buen recaudo de alguna bala perdida. Hubo muchas víctimas, quienes perdieron la vida, los procesados y sentenciados injustamente, los que sufrieron la destrucción de sus carreras profesionales, los ciudadanos violentados en el derecho a la información, víctima también fue nuestra enferma democracia.
Para que brille la verdad, valientes periodistas jugaron roles protagónicos en ese azaroso capítulo de la historia. A propósito, ya está en circulación el libro Prensa y populismo, de Saudia Lavoyer Salas, publicado por la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador y la Corporación Editora Nacional; un aporte académico riguroso, muestra la disputa por el relato a través del análisis de contenidos de los diarios El Telégrafo y Hoy; la publicación es pieza clave de un lioso rompecabezas, ayuda a entender lo que se urdió aquel 30-S, día de vergüenza, cuando la majestad del poder tocó fondo e insolentemente hirió la dignidad nacional. No debemos olvidarlo.
