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El Telégrafo
Mónica Mancero Acosta

Matar por amor

26 de enero de 2019 - 00:00

El mandato de masculinidad necesita víctimas sacrificiales, es lo que nos dice Rita Segato. En días pasados, atónitos, pudimos observar en múltiples videos caseros que circulaban a sus anchas por las redes sociales, cómo se sacrificaba a una mujer a cuchillazo limpio.

El asesino, los asesinos de mujeres, generalmente, no son enfermos mentales o depravados. Ellos son lo que el feminismo denomina “hijos sanos del patriarcado”, es decir, sujetos que responden a ese pacto masculino construido a lo largo de un tiempo demasiado largo para poder rastrear sus orígenes, pero que no pierde efectividad cuando ejerce su violencia letal sobre las mujeres a las cuales domina.

Es verdad que en muchos casos estos hombres feminicidas viven en condiciones de permanente vulneración de sus condiciones de vida, sociales y de trabajo, y la revancha ejercida sobre los cuerpos de las mujeres suele ser más violenta. Estos sujetos no están aislados; forman parte, además, de una sociedad individualista, consumista y que ha normalizado la violencia. Aunado a esto, la violencia se ha convertido en un espectáculo que se recrea todos los días en los medios y hoy en las redes sociales, todo esto constituye lo que Segato denomina una pedagogía de la crueldad.

Si queremos, escarbamos un poco más, y nos encontramos con lo que Lagarde ha señalado como la causa fundamental de los feminicidios en América Latina: la impunidad, la violencia institucional y la falta de diligencia. Todo esto junto constituye un coctel letal que provoca que, por más tipificación que exista para este delito en el cual la pena es más alta que para un homicidio, la tasa de feminicidios se incremente escandalosamente.

Diversos estudios señalan que las tasas de feminicidio aumentan cuando no existe un Estado de derecho constituido; cuando impera la impunidad y la violencia simbólica; cuando no existe control sobre la corrupción; cuando las mujeres no participan en la toma de decisiones; cuando funcionarios -policiales, judiciales- incumplen sus obligaciones hacia mujeres que deben proteger; cuando no tenemos una comunidad fortalecida y un tejido social constituido.

Todo esto, y más, se dio para que muriera Diana bajo el cuchillo de su feroz asesino, y muchas Dianas más seguirán muriendo si no empezamos a cambiar, en colectivo, todo este triste panorama. (O)

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